A
las siete en punto sonó el despertador. Miré a mi lado y no vi a
nadie. Me levanté y, tras ponerme las zapatillas, salí en busca de
Harry y la niña.
-
Buenos días dormilón – dijo un sonriente Harry.
-
¿Dormilón? ¿En serio? - me acerqué hasta él y vi una de las
escenas más bonitas que había visto nunca, aunque jamás lo
admitiría. Estaban los dos en el sofá, sentados con las piernas
cruzadas, él comiendo sus cereales y ella tomando su biberón. -
¿Desde qué hora llevas levantado?
-
Cinco y media – dijo mirándome pero después siguió viendo los
dibujos de la tele. - Abie no quería dormir más, ¿verdad?
-
¡Dibus! - fue toda su respuesta.
Fui
a la cocina y me preparé un café bien cargado o estaría todo el
día dormido. Me puse cereales en un cuenco y, una vez todo listo, me
reunió con los dos madrugadores. Cuando terminamos de desayunar,
Harry se fue hacia la ducha y yo volví a quedarme a solas con la
niña. Ella me miraba expectante. Y hasta que no posó sus enormes
ojos en mi guitarra no supe lo que quería.
-
¿Quieres tocarla? - ella asintió.
Me
levanté y cogí la guitarra. Seguía sin hacerme gracia que una niña
tan pequeña y peligrosa la tocara, pero era eso o verla llorar. Así
que la puse con mucho cuidado a su lado y esperé a que ella
reaccionase.
-
¿Te gusta? - pregunté mientras veía cómo ella disfrutaba tocando
las cuerdas.
-
Es divertida – contestó la niña sin dejar de sonreír.
-
¿Quieres...? ¿Quieres que te enseñe a tocarla? - Abie asintió con
su cabecita y esta vez fue ella la que esperó a yo la tocara. - Ven,
siéntate conmigo.
Abie
se me sentó en las piernas y giró la cabeza para mirarme. Cogí su
mano derecha y, ayudándola, rasgué las cuerdas mientras yo
presionaba las del mástil. Cuando ella descubrió que no era el
mismo sonido de antes, empezó a reírse y a pedirme que lo repitiese
una, y otra y otra vez. No parecía cansarse nunca. Era como yo
cuando tenía su edad.
-
¿Lo ves? Quererla es muy fácil – dijo Harry desde la puerta le
baño.
-
¿Eh?
-
Esa sonrisa tonta te delata – me guiñó un ojo y se fue a la
habitación.
Cuando
Harry terminó de arreglarse hice yo lo mismo. Yo no trabajaba pero
no pensaba quedarme todo el día en casa y que Abie rompiese algo o
bebiese algo que no debiera.
-
¿Estás seguro, Dan? - Harry parecía preocupado por tener que
dejarnos solos. - Puedo tomarme el día libre.
-
Vete ya, pesado – le dije con una sonrisa bien amplia. - Abie y yo
estaremos bien, ¿verdad?
-
¡Sí! - agarró con una mano el dinosaurio de juguete y con la otra
agarró mi mano.
-
¿Seguro...?
-
¡Que sí! - le empujé para que saliera de casa, pero él me retuvo
y me besó.
-
Nos vemos a la hora de comer – se agachó para estar a la altura de
Abie y le dio un beso en la frente. - ¿Prometes cuidar de Rex y de
Danny?
Abie
asintió y, tras soltar mi mano, abrazó a Harry.
Después
de comprobar que lo llevaba todo, salimos de casa y nos dirigimos al
parque, donde nos esperaban Max y Vicky.
-
Es una niña preciosa – dijo mi hermana mientras Max y Abie jugaban
y nosotros les vigilábamos desde un banco.
-
¿Y si no es mía? - Vicky me miró frunciendo el cejo. - No me des
tú también la charla. Sé que puedo quererla igual, pero...
-
¿Pero?
-
Vicks, sabemos que tíos como nosotros lo tenemos difícil para
adoptar.
-
¿Tíos como vosotros?
-
Gays.
-
Ajá – se quedó un momento callada mirando a su hijo y luego
volvió a mirarme. - ¿Dónde está el Danny luchador? ¿El que iba a
por todas y no tiraba la toalla nunca?
-
Joder Vicky. No es lo mismo luchar por un sueño que luchar por una
niña.
-
¿Ah no? - yo negué. - ¿Y por qué no?
-
Si fracasaba en mi sueño, sufría yo y solo yo. Pero aquí hay más
personas en juego. Está Abie... Harry... No quiero que sufran por mi
culpa.
-
Señoras y señores, ¡mi hermanito ha madurado! - se rió durante lo
que me pareció un siglo y después continuó hablando. - O sea,
prefieres tirar la toalla antes de empezar. Prefieres que Hazz y la
pequeña sufran sí o sí, ¿no?
-
Joder, visto así...
-
¿No crees que, en el hipotético caso de que ella no sea tu hija, es
mejor hacer todo lo posible para que se quede a tu lado y no tirarla
como si fuera un perro y ya no te sirviera?
-
Supongo que tienes razón.
-
¿Entonces... vas a quererla? - me preguntó Vicky mientras se ponía
de pie.
-
Ya lo hago – una sonrisa se apoderó de mis labios. - Ha pasado un
día y ya la quiero.
-
Pues lucha por ella – me dio un abrazo y después fuimos a por los
niños.
Los
días iban pasando y Abie ya se había ganado nuestro corazón. Tan
solo habían pasado unos días, pero esa niña tenía algo especial.
Estabas cinco minutos con ella y ya no querías alejarte. Se había
convertido en alguien muy importante tanto para mí como para Harry.
Incluso Vicky estaba enamorada de la pequeña. Se pasaba horas
enteras en nuestra casa. Y gracias a ella y a Hazz tenía cada vez
más claro que lucharía por Abie. Me daba igual si llevaba mi
sangre, porque aquella niña de tres años, ya era una Jones.
El
jueves llegó rapidísimo.
Ni
Harry ni yo pudimos dormir, estábamos muy nerviosos. Después de
arreglarnos, cogimos unas magdalenas para después del pinchazo y
esperamos a que el hombre trajeado llamara al timbre. Menos mal que
no tardó demasiado.
-
¿Están listos? - Harry y yo nos miramos y asentimos. - Bien,
entonces vayamos.
El
hombre trajeado nos llevó en su coche. Harry se sentó delante y yo
me senté detrás junto a Abie. Menos mal que lo hizo, porque yo no
hubiera sido capaz de seguir la conversación. Estaba nervioso,
asustado. Estaba acojonado. Harry parecía más tranquilo, pero sabía
perfectamente que estaba de los nervios. Abie, en cambio, estaba muy
tranquila. Jugaba con el dinosaurio que le había dejado Harry y, de
vez en cuando, me miraba y sonreía. ¿Acaso no veía lo asustado que
estaba? ¿O es que estaba intentando tranquilizarme? Menudas
chorradas se me ocurrían. Una niña tan pequeña no era capaz de
entender lo que pasaba realmente a su alrededor, ¿o si?
-
Ya hemos llegado.
Esa
frase hizo que dejara de respirar durante varios segundos. No quería
bajar del coche. No quería seguir al señor trajeado hasta dentro
del edificio. No quería que me sacaran sangre. No quería que
hicieran daño a Abie con la aguja y llorara.
No
quería que me la quitaran.
Harry,
sabiendo que yo no iba a ser capaz, dio la vuelta al coche y cogió a
Abie en brazos. Yo, con la mano trémula, abrí la puerta y salí.
Miré a mi alrededor. Gente paseando, niños cogidos a sus padres y
riendo por cualquier tontería, coches parados dejando pasar a dos
ancianos que se sonríen y caminan lentamente porque la edad no les
permite ir más rápidos. Todos ajenos a lo que iba a pasar dentro de
aquel edificio. Todos menos Harry, el hombre trajeado y yo. Ojala no
hubiera tenido que hacerlo.
Las
piernas me temblaban, así que me agarré al brazo libre de Harry,
por si me caía y, por fin, entramos en la clínica. El hombre
trajeado habló con la recepcionista y ésta le señaló un pasillo.
-
Por aquí – nos dijo él.
Le
seguimos. De vez en cuando miraba a Abie y veía que seguía
sonriendo. Quién fuera niño.
El
hombre se paró delante de una puerta cerrada y llamó con los
nudillos. Una enfermera la abrió y nos dijo que pasáramos. El
último fue el hombre trajeado que, tras él, cerró la puerta,
dándonos un poco de intimidad.
-
¿Quién es el señor Jones? - preguntó una enferma. Yo levanté la
mano y después, la seguí a una habitación. - Bien, será rápido.
Me
quité la chaqueta y la dejé sobre la camilla. Me subí la manga de
la camiseta aunque no hiciera falta y conté los segundos hasta que
la enfermera me pinchó. Cuando acabó, me puso la tirita y me dijo
que saliera y esperara. Obedecí y, fuera de ese cuartito, estaba
Harry con las manos vacías.
-
¿Y Abie?
-
Otra enfermera se la ha llevado – dijo mientras me besaba
tiernamente. - ¿Estás bien?
-
Eso creo – me senté a su lado y esperé.
Cinco
minutos después, una enfermera entró en la sala con Abie de la
mano. La pequeña sonreía y, cuando llegó hasta nosotros, nos
enseñó la piruleta que se estaba comiendo. Se sentó en mi regazo y
así estuvimos hasta que el hombre trajeado, el cual había
desaparecido, entró en la sala y nos dijo que tardarían una hora en
darnos los resultados. Harry bufó pero se le pasó el enfado cuando
Abie pasó de mis piernas a las suyas. Nos dijeron que podíamos
esperar en recepción, así que ahí fuimos. Nos sentamos en uno de
los sofás y esperamos.
Y
esperamos.
Pasó
una hora y nada. Las enfermeras pasaban de largo y el hombre trajeado
había vuelto a desaparecer.
Pasó
otra hora y nadie venía. Harry se levantó y habló con la
recepcionista. Ésta hizo un par de llamadas y le dijo que en veinte
minutos estarían los resultados.
-
¿Veinte minutos? - dejé caer la cabeza hacia atrás y me tapé la
cara. - No puedo más.
-
Lo sé, cariño, pero hay que esperar – se acercó a mí y me
abrazó.
De
repente, mi móvil vibró. Era un mensaje de Vicky: “¿¡Ya te
puedo dar la enhorabuena, papi!?”. Si Harry no me hubiese detenido,
hubiera estampado el móvil contra el suelo. Me levanté, di un par
de vueltas por toda la recepción, me senté en el suelo, junto a
Abie y jugué con ella, volví a levantarme y dar vueltas. Hasta que
el hombre trajeado apareció con un sobre en las manos.
-
¿Ya? - pregunté nervioso y él asintió. - ¿Qué dice? ¿Soy el
padre?
-
Mejor, compruébelo usted mismo – me tendió el sobre y yo lo cogí
con temor.
Harry
se levantó de un salto y se acercó a mi lado. Me besó en el
hombro, dándome fuerzas y después se alejó un poco para darme
espacio. Por fin tenía las pruebas en mis manos, pero no me atrevía
a abrir el sobre. ¿Y si decía que no era el padre? Con la mano
temblorosa, abrí lentamente el sobre y extraje el papel que había
dentro. Leí atentamente lo que decía aquel documento. Una, dos,
tres veces tuve que leerlo hasta que una lágrima se estampó contra
el papel.
-
¿Qué dice, cariño? - Harry se acercó e intentó leerlo, pero no
pudo porque empecé a dar saltos y a abrazar a todo el mundo que
pasaba por ahí. - ¿Eso es que sí?
-
¡Sí!¡Sí!¡Sí!¡Sí!¡Sí!¡Sí!¡Sí!¡Sí! - dejé que Harry me
abrazara y me besara todo lo que quiso y más.
El
hombre trajeado no supo qué hacer, así que se apartó y nos dejó
celebrarlo. Cuando Harry me bajó, fui corriendo hacia Abie y la cogí
en brazos. Ella no entendía el porqué de mi entusiasmo, pero no
tardó en contagiarse de él. Los dos reíamos y gritábamos. La
gente empezaba a mirarnos mal, pero me daba igual.
-
Señor Jones – dijo el hombre trajeado. - Tiene que venir un
momento para firmar los últimos documentos.
-
¿Es necesario? - hice una mueca pero, al ver que él no cedía, tuve
que seguirle. - Ahora vuelvo, pequeña.
Harry
se quedó con Abie mientras yo terminaba todo el papeleo. Doce
insufribles minutos después, el hombre trajeado o también conocido
por Michael, me estrechó la mano y me deseó buena suerte. Volví a
la recepción y allí me esperaban Harry y Abie. Les abracé y besé
durante varios minutos y después, salimos de la clínica.
-
¿Y ahora qué hacemos? - preguntó un sonriente Harry.
-
Primero llamar a Vicky, luego a mi madre, luego a tus padres, a los
amigos, al colegio, al pediatra... Luego ir al centro comercial a por
una cama, ropa, juguetes... - no podía parar de hablar. Estaba tan
feliz que tenía ganas de contárselo al mundo entero.
-
Vamos pues, tenemos mucho que hacer – Harry dejó a Abie en el
suelo. Cada uno le agarró de una mano y nos encaminamos a casa.
Y
así es cómo empezamos nuestra nueva vida.
¿Os ha gustado el OS? ¡Contadme qué os ha aparecido! Y si sois buenas y comentáis aquí, subiré también el tercer capítulo de LA CASA!!!