jueves, 13 de febrero de 2014

New life 2

A las siete en punto sonó el despertador. Miré a mi lado y no vi a nadie. Me levanté y, tras ponerme las zapatillas, salí en busca de Harry y la niña.

- Buenos días dormilón – dijo un sonriente Harry.
- ¿Dormilón? ¿En serio? - me acerqué hasta él y vi una de las escenas más bonitas que había visto nunca, aunque jamás lo admitiría. Estaban los dos en el sofá, sentados con las piernas cruzadas, él comiendo sus cereales y ella tomando su biberón. - ¿Desde qué hora llevas levantado?
- Cinco y media – dijo mirándome pero después siguió viendo los dibujos de la tele. - Abie no quería dormir más, ¿verdad?
- ¡Dibus! - fue toda su respuesta.

Fui a la cocina y me preparé un café bien cargado o estaría todo el día dormido. Me puse cereales en un cuenco y, una vez todo listo, me reunió con los dos madrugadores. Cuando terminamos de desayunar, Harry se fue hacia la ducha y yo volví a quedarme a solas con la niña. Ella me miraba expectante. Y hasta que no posó sus enormes ojos en mi guitarra no supe lo que quería.

- ¿Quieres tocarla? - ella asintió.

Me levanté y cogí la guitarra. Seguía sin hacerme gracia que una niña tan pequeña y peligrosa la tocara, pero era eso o verla llorar. Así que la puse con mucho cuidado a su lado y esperé a que ella reaccionase.

- ¿Te gusta? - pregunté mientras veía cómo ella disfrutaba tocando las cuerdas.
- Es divertida – contestó la niña sin dejar de sonreír.
- ¿Quieres...? ¿Quieres que te enseñe a tocarla? - Abie asintió con su cabecita y esta vez fue ella la que esperó a yo la tocara. - Ven, siéntate conmigo.

Abie se me sentó en las piernas y giró la cabeza para mirarme. Cogí su mano derecha y, ayudándola, rasgué las cuerdas mientras yo presionaba las del mástil. Cuando ella descubrió que no era el mismo sonido de antes, empezó a reírse y a pedirme que lo repitiese una, y otra y otra vez. No parecía cansarse nunca. Era como yo cuando tenía su edad.

- ¿Lo ves? Quererla es muy fácil – dijo Harry desde la puerta le baño.
- ¿Eh?
- Esa sonrisa tonta te delata – me guiñó un ojo y se fue a la habitación.

Cuando Harry terminó de arreglarse hice yo lo mismo. Yo no trabajaba pero no pensaba quedarme todo el día en casa y que Abie rompiese algo o bebiese algo que no debiera.

- ¿Estás seguro, Dan? - Harry parecía preocupado por tener que dejarnos solos. - Puedo tomarme el día libre.
- Vete ya, pesado – le dije con una sonrisa bien amplia. - Abie y yo estaremos bien, ¿verdad?
- ¡Sí! - agarró con una mano el dinosaurio de juguete y con la otra agarró mi mano.
- ¿Seguro...?
- ¡Que sí! - le empujé para que saliera de casa, pero él me retuvo y me besó.
- Nos vemos a la hora de comer – se agachó para estar a la altura de Abie y le dio un beso en la frente. - ¿Prometes cuidar de Rex y de Danny?

Abie asintió y, tras soltar mi mano, abrazó a Harry.

Después de comprobar que lo llevaba todo, salimos de casa y nos dirigimos al parque, donde nos esperaban Max y Vicky.

- Es una niña preciosa – dijo mi hermana mientras Max y Abie jugaban y nosotros les vigilábamos desde un banco.
- ¿Y si no es mía? - Vicky me miró frunciendo el cejo. - No me des tú también la charla. Sé que puedo quererla igual, pero...
- ¿Pero?
- Vicks, sabemos que tíos como nosotros lo tenemos difícil para adoptar.
- ¿Tíos como vosotros?
- Gays.
- Ajá – se quedó un momento callada mirando a su hijo y luego volvió a mirarme. - ¿Dónde está el Danny luchador? ¿El que iba a por todas y no tiraba la toalla nunca?
- Joder Vicky. No es lo mismo luchar por un sueño que luchar por una niña.
- ¿Ah no? - yo negué. - ¿Y por qué no?
- Si fracasaba en mi sueño, sufría yo y solo yo. Pero aquí hay más personas en juego. Está Abie... Harry... No quiero que sufran por mi culpa.
- Señoras y señores, ¡mi hermanito ha madurado! - se rió durante lo que me pareció un siglo y después continuó hablando. - O sea, prefieres tirar la toalla antes de empezar. Prefieres que Hazz y la pequeña sufran sí o sí, ¿no?
- Joder, visto así...
- ¿No crees que, en el hipotético caso de que ella no sea tu hija, es mejor hacer todo lo posible para que se quede a tu lado y no tirarla como si fuera un perro y ya no te sirviera?
- Supongo que tienes razón.
- ¿Entonces... vas a quererla? - me preguntó Vicky mientras se ponía de pie.
- Ya lo hago – una sonrisa se apoderó de mis labios. - Ha pasado un día y ya la quiero.
- Pues lucha por ella – me dio un abrazo y después fuimos a por los niños.


Los días iban pasando y Abie ya se había ganado nuestro corazón. Tan solo habían pasado unos días, pero esa niña tenía algo especial. Estabas cinco minutos con ella y ya no querías alejarte. Se había convertido en alguien muy importante tanto para mí como para Harry. Incluso Vicky estaba enamorada de la pequeña. Se pasaba horas enteras en nuestra casa. Y gracias a ella y a Hazz tenía cada vez más claro que lucharía por Abie. Me daba igual si llevaba mi sangre, porque aquella niña de tres años, ya era una Jones.

El jueves llegó rapidísimo.

Ni Harry ni yo pudimos dormir, estábamos muy nerviosos. Después de arreglarnos, cogimos unas magdalenas para después del pinchazo y esperamos a que el hombre trajeado llamara al timbre. Menos mal que no tardó demasiado.

- ¿Están listos? - Harry y yo nos miramos y asentimos. - Bien, entonces vayamos.

El hombre trajeado nos llevó en su coche. Harry se sentó delante y yo me senté detrás junto a Abie. Menos mal que lo hizo, porque yo no hubiera sido capaz de seguir la conversación. Estaba nervioso, asustado. Estaba acojonado. Harry parecía más tranquilo, pero sabía perfectamente que estaba de los nervios. Abie, en cambio, estaba muy tranquila. Jugaba con el dinosaurio que le había dejado Harry y, de vez en cuando, me miraba y sonreía. ¿Acaso no veía lo asustado que estaba? ¿O es que estaba intentando tranquilizarme? Menudas chorradas se me ocurrían. Una niña tan pequeña no era capaz de entender lo que pasaba realmente a su alrededor, ¿o si?

- Ya hemos llegado.

Esa frase hizo que dejara de respirar durante varios segundos. No quería bajar del coche. No quería seguir al señor trajeado hasta dentro del edificio. No quería que me sacaran sangre. No quería que hicieran daño a Abie con la aguja y llorara.

No quería que me la quitaran.

Harry, sabiendo que yo no iba a ser capaz, dio la vuelta al coche y cogió a Abie en brazos. Yo, con la mano trémula, abrí la puerta y salí. Miré a mi alrededor. Gente paseando, niños cogidos a sus padres y riendo por cualquier tontería, coches parados dejando pasar a dos ancianos que se sonríen y caminan lentamente porque la edad no les permite ir más rápidos. Todos ajenos a lo que iba a pasar dentro de aquel edificio. Todos menos Harry, el hombre trajeado y yo. Ojala no hubiera tenido que hacerlo.

Las piernas me temblaban, así que me agarré al brazo libre de Harry, por si me caía y, por fin, entramos en la clínica. El hombre trajeado habló con la recepcionista y ésta le señaló un pasillo.

- Por aquí – nos dijo él.

Le seguimos. De vez en cuando miraba a Abie y veía que seguía sonriendo. Quién fuera niño.


El hombre se paró delante de una puerta cerrada y llamó con los nudillos. Una enfermera la abrió y nos dijo que pasáramos. El último fue el hombre trajeado que, tras él, cerró la puerta, dándonos un poco de intimidad.

- ¿Quién es el señor Jones? - preguntó una enferma. Yo levanté la mano y después, la seguí a una habitación. - Bien, será rápido.

Me quité la chaqueta y la dejé sobre la camilla. Me subí la manga de la camiseta aunque no hiciera falta y conté los segundos hasta que la enfermera me pinchó. Cuando acabó, me puso la tirita y me dijo que saliera y esperara. Obedecí y, fuera de ese cuartito, estaba Harry con las manos vacías.

- ¿Y Abie?
- Otra enfermera se la ha llevado – dijo mientras me besaba tiernamente. - ¿Estás bien?
- Eso creo – me senté a su lado y esperé.

Cinco minutos después, una enfermera entró en la sala con Abie de la mano. La pequeña sonreía y, cuando llegó hasta nosotros, nos enseñó la piruleta que se estaba comiendo. Se sentó en mi regazo y así estuvimos hasta que el hombre trajeado, el cual había desaparecido, entró en la sala y nos dijo que tardarían una hora en darnos los resultados. Harry bufó pero se le pasó el enfado cuando Abie pasó de mis piernas a las suyas. Nos dijeron que podíamos esperar en recepción, así que ahí fuimos. Nos sentamos en uno de los sofás y esperamos.

Y esperamos.

Pasó una hora y nada. Las enfermeras pasaban de largo y el hombre trajeado había vuelto a desaparecer.

Pasó otra hora y nadie venía. Harry se levantó y habló con la recepcionista. Ésta hizo un par de llamadas y le dijo que en veinte minutos estarían los resultados.

- ¿Veinte minutos? - dejé caer la cabeza hacia atrás y me tapé la cara. - No puedo más.
- Lo sé, cariño, pero hay que esperar – se acercó a mí y me abrazó.

De repente, mi móvil vibró. Era un mensaje de Vicky: “¿¡Ya te puedo dar la enhorabuena, papi!?”. Si Harry no me hubiese detenido, hubiera estampado el móvil contra el suelo. Me levanté, di un par de vueltas por toda la recepción, me senté en el suelo, junto a Abie y jugué con ella, volví a levantarme y dar vueltas. Hasta que el hombre trajeado apareció con un sobre en las manos.

- ¿Ya? - pregunté nervioso y él asintió. - ¿Qué dice? ¿Soy el padre?
- Mejor, compruébelo usted mismo – me tendió el sobre y yo lo cogí con temor.

Harry se levantó de un salto y se acercó a mi lado. Me besó en el hombro, dándome fuerzas y después se alejó un poco para darme espacio. Por fin tenía las pruebas en mis manos, pero no me atrevía a abrir el sobre. ¿Y si decía que no era el padre? Con la mano temblorosa, abrí lentamente el sobre y extraje el papel que había dentro. Leí atentamente lo que decía aquel documento. Una, dos, tres veces tuve que leerlo hasta que una lágrima se estampó contra el papel.

- ¿Qué dice, cariño? - Harry se acercó e intentó leerlo, pero no pudo porque empecé a dar saltos y a abrazar a todo el mundo que pasaba por ahí. - ¿Eso es que sí?
- ¡Sí!¡Sí!¡Sí!¡Sí!¡Sí!¡Sí!¡Sí!¡Sí! - dejé que Harry me abrazara y me besara todo lo que quiso y más.

El hombre trajeado no supo qué hacer, así que se apartó y nos dejó celebrarlo. Cuando Harry me bajó, fui corriendo hacia Abie y la cogí en brazos. Ella no entendía el porqué de mi entusiasmo, pero no tardó en contagiarse de él. Los dos reíamos y gritábamos. La gente empezaba a mirarnos mal, pero me daba igual.

- Señor Jones – dijo el hombre trajeado. - Tiene que venir un momento para firmar los últimos documentos.
- ¿Es necesario? - hice una mueca pero, al ver que él no cedía, tuve que seguirle. - Ahora vuelvo, pequeña.

Harry se quedó con Abie mientras yo terminaba todo el papeleo. Doce insufribles minutos después, el hombre trajeado o también conocido por Michael, me estrechó la mano y me deseó buena suerte. Volví a la recepción y allí me esperaban Harry y Abie. Les abracé y besé durante varios minutos y después, salimos de la clínica.

- ¿Y ahora qué hacemos? - preguntó un sonriente Harry.
- Primero llamar a Vicky, luego a mi madre, luego a tus padres, a los amigos, al colegio, al pediatra... Luego ir al centro comercial a por una cama, ropa, juguetes... - no podía parar de hablar. Estaba tan feliz que tenía ganas de contárselo al mundo entero.
- Vamos pues, tenemos mucho que hacer – Harry dejó a Abie en el suelo. Cada uno le agarró de una mano y nos encaminamos a casa.


Y así es cómo empezamos nuestra nueva vida.


¿Os ha gustado el OS? ¡Contadme qué os ha aparecido! Y si sois buenas y comentáis aquí, subiré también el tercer capítulo de LA CASA!!!

domingo, 19 de enero de 2014

New life

Como metroblog es una caca de vaca os lo pongo por aquí..............


Hello!

Aunque parezca mentira, ¡he vuelto! Voy a ser breve que estoy estudiando y no puedo entretenerme mucho.

Os dejo un Junes. Son 2 partes. Hoy subo la primera y si sois buenas y me comentáis y todo eso de buenas lectoras, subiré la segunda parte prontito (puede que mañana, solo si sois buenas).

Está escrito en época de exámenes así que no me tiréis muchos tomates....

Si hay alguna errata, lo siento!

¡Disfrutadlo!



- Llaman a la puerta...
- ¿Ah si? ¡No me había dado cuenta!
- ¿Abres?
- ¡Estoy en la cama!

Cuando Harry estaba resacoso no había nadie ni nada que le sacara de la cama. Y eso que eran las once y pico, pero al hombretón le gustaba demasiado dormir y más cuando la noche anterior se había bebido él solito todo lo que había en el bar.

- ¡Joder, Dan! ¡Dile al del timbre que o deja de apretarlo o le corto los huevos!
- ¿Y si es una chica? - cuando escuché sus insultos hacia la persona que llamaba y hacia mí me empecé a descojonar. - Ya voy, ya voy.

Dejé la guitarra en el sofá y fui a abrir.

En qué mala hora lo hice.

- ¿Es usted Daniel Alan David Jones? - un hombre trajeado, repeinado y con unas hojas en sus manos me miraba con una ceja alzada a través de sus gafas del siglo pasado. - ¿Es usted o no?
- Eh... sí, sí – todo el cuerpo me temblaba.

¿Y si la policía me había pillado bajándome pelis de internet y habían enviado a uno de la secreta para torturarme hasta hacerme hablar? Estaba acojonado.

- Bien... - acercó los papeles a su cara de tío duro y después volvió a mirarme. - ¿Conoce a la señorita Annie Miller?
- Eh... - me rasqué la cabeza con la mano todavía temblorosa, intentando recordar ese nombre. - Eh...
- Según el diario de la señorita se conocieron en un restaurante. Usted le derramó vino en su vestido nuevo y ella le invitó a cenar.
- ¡Ann! - me quedé unos segundos pensando en la aventura de dos meses que tuve con aquella mujer hace tres años. - ¿Cómo está? ¿Sigue tan loca como siempre?
- Verá... - carraspeó y se recolocó las gafas. - Verá señor Jones... La señorita Miller murió hace dos días en un accidente de coche.
- ¿Qué? - todo comenzó a darme vueltas. - ¿Está muerta?
- Me temo que sí – el hombre de la secreta no paraba de subirse las gafas. Se notaba que no estaba acostumbrado a dar esa clase de noticias. - Verá señor Jones, eso no es todo.
- ¿Cómo que no es todo? ¿Qué me quieres decir? ¿Ha muerto o no ha muerto?
- La señorita Miller tiene una hija – lo soltó de golpe, sin dejar que me preparase mentalmente para ese bombazo. - ¿Se encuentra usted bien? Está pálido.
- ¿Perdone? ¿Ha dicho que tiene una hija? - él asintió.
- De hecho por ese motivo estoy aquí – señaló a sus pies y en el suelo, donde juro por dios que antes no estaba, había una pequeña mochila rosa.
- ¿De quién es eso? - justo en ese momento una niña muy pequeña apareció de detrás del hombre.
- Señor Jones, le presento a Abie – la niña me miró con los ojos muy abiertos y con una tímida sonrisa.
- Hola – dijo Abie sin separarse mucho del hombre.
- A ver, a ver. Creo que me he perdido – inspiré profundamente, cerré los ojos, pero cuando los volví a abrir, la niña seguía estando delante de mí. - ¿Qué tiene que ver esta niña conmigo? ¿Dónde está su padre?
- Verá... - ahora fue el hombre de la secreta (aunque comenzaba a pensar que de secreta tenía poco) el que empezó a ponerse nervioso. - La señorita Miller era madre soltera. No se conoce al padre biológico. Solo tenemos el diario de la señorita donde aparece su nombre – dijo señalándome a mí. - en varias ocasiones y según parece... Esto... Es usted el padre biológico de Abie.
- Vale, creo que necesito sentarme.

Miré a mi alrededor y como no había ninguno silla, opté por sentarme en el suelo. La cabeza me daba vueltas, me costaba respirar y seguía sin poder despertarme. Porque... ¿eso era un sueño, verdad? ¿Verdad?

La niña me miró con sus enormes ojos e hizo el amago de acercarse, pero vaciló. Miró al hombre trajeado y, cuando éste asintió, supongo que dándole permiso, se acercó a mí y posó su diminuta mano en mi hombro.

- ¿Estás malito? - yo estaba en shock, no sabía qué responder.

Lo que pasó a continuación no se lo esperaba ni el hombre trajeado. Abie me apartó los brazos, dejando un hueco entre mis piernas, y, sin pedir permiso ni nada, se sentó encima y me abrazó con sus pequeños brazos. Yo no sabía dónde meterme. Miré al hombre que tenía delante pero él no hacía nada por quitármela de encima. De hecho pude ver una pequeña sonrisa en su rostro.

- Señor Jones, hasta que sepamos si es usted o no el padre biológico deberá quedarse con Abie.
- ¿Yo? ¿Por qué yo? ¿Y sus abuelos? ¿No tiene tíos? ¿Por qué yo? - esto cada vez pintaba peor.
- En el orfanato no la aceptarán hasta que no esté aclarado el asunto. Este jueves irán a hacerse las pruebas de paternidad y...
- ¿Y? ¿Qué hago si soy el padre? ¡Yo no puedo ser el padre! - entre tanto jaleo, Harry salió del cuarto y se acercó.
- ¿Qué pasa aquí? - me miró, luego al hombre trajeado y luego a la niña. - ¿Quién es esa niña y por qué está sentada encima de ti?
- Harry, te presento a Abie, mi... Mi... - no era capaz de decirlo.
- ¿Tu qué? - nos miramos a los ojos durante un segundo y entonces lo vio claro. - Lo sabía. Sabía que tu pasado mujeriego nos llamaría a la puerta tarde o temprano. Cojonudo Dan, eh, cojonudo.
- Harry... - él no me escuchó y de un portazo se encerró en la habitación. - ¡Joder!
- ¡No puedes decir palabrotas! - dijo la niña sin dejar de sonreír. - Mamá te lavará la boca con jabón.

Quería quitarme a la niña de encima. Quería echarla de mi casa y no volver a verla. Pero sabía que eso iba a ser imposible.

- Señor Jones, necesito que firme aquí y aquí – el hombre me tendió unos papeles y me dejó su bolígrafo. - El jueves vendré a recogerles a las nueve y si todo sale bien no tendrá que ocuparse más de la pequeña.
- Genial – dije sin mucho ánimo. Me levanté intentando no tocar mucho a la niña y le estreché la mano de mala manera. - ¿Hay algo que deba saber de ella?
- ¿Como qué? - el hombre me pasó la mochila y se preparó para salir corriendo.
- No sé. ¿Qué come? ¿Dónde dormirá? ¿Qué hago si llora?
- Abie come lo que come una niña de tres años y está sana. El resto tendrá que averiguarlo usted. Buenos días.

Se marchó. El hombre trajeado que no era de la secreta, aunque hubiera preferido que lo hubiese sido, se había largado, dejándome con ese enorme marrón.

Cerré la puerta y, al girarme, no vi a la niña por ninguna parte. La llamé por su nombre pero nada, había desaparecido. La busqué por todas partes: en el baño, en la cocina, en el armario que hay debajo del fregadero, en la nevera, en el armario de la entrada, en el rellano (por si acaso la había dejado fuera), pero nada, no aparecía. De repente escuché a alguien tocando una de las cuerdas de mi guitarra seguido de una escandalosa risa. Me entró pánico y corrí al salón. Allí estaba ella, sentada en el sofá, tocando las cuerdas y riendo cada vez que éstas emitían algún sonido. Me acerqué a ella con sigilo y observé cómo la niña miraba mi guitarra con... ¿admiración? ¿Una niña tan pequeña tenía de eso? Cogí la guitarra para llevarla a un lugar seguro, pero cuando lo hice, Abie comenzó a llorar.

- ¿Qué te pasa?

Yo estaba a un par de pasos con la guitarra en la mano y sin saber qué hacer. La niña seguía llorando. Alzaba sus pequeños brazos y lloraba como si le hubiesen dado una paliza. ¿Qué diablos se suponía que debía hacer?

- Dale la guitarra – Harry había salido del cuarto y nos miraba con los brazos cruzados.
- ¿Qué?
- La niña está llorando porque le has quitado la guitarra.
- ¿Cómo sabes eso?
- Porque tengo una hermana pequeña.

Asentí y me acerqué otra vez al sofá. Abie parecía que dejaba de llorar poco a poco, hasta que paró del todo cuando volvió a tener a su disposición mi guitarra.

- Gracias Harry – me giré y le mostré mi mejor sonrisa. Parecía que su mal humor también iba desapareciendo. - Lo siento mucho, de verdad.
- En el fondo no es tu culpa... Bueno sí, por tu calentón ahora tenemos una hija.
- ¿Tenemos? - mi sonrisa se ensanchó y vi como él sonreía también.
- Tú tienes el instinto materno atrofiado. ¿No pretenderás que te deje a solas con ella, no? - me reí con ganas pero me callé cuando vi que Abie también se reía. - Esa niña ya te quiere.
- ¿Qué dices? - mi cara de asombro le hizo reír, pero cuando la niña se tiró, literalmente, a mis brazos, Harry se rió como nunca.
- Lo que yo diga, esa niña....
- Abie.
- Abie ya no va a querer separarse de ti – Harry se acercó a nosotros y le hizo unas pedorretas.
- ¿Y si no es mi hija y se la llevan?
- Le romperás el corazón.

Harry y yo nos miramos y, sin saber muy bien porqué, a los dos se nos acabó la alegría. ¿Eso era lo que los dos queríamos, no? Que la niña no fuese mía y volver a nuestras vidas. Pero llevábamos menos de diez minutos con Abie y ya había una parte de nosotros que no quería apartarse. ¿Y si la niña no era mía?

Dos horas después...

- ¿Estos pañales valen? - le enseñé un paquete a Harry que llevaba el carro y él se empezó a reír.
- Dan, en ese paquete sale un bebé – lo miré y después volví a mirar a Harry.
- ¿Y?
- ¿No ves alguna diferencia entre ese bebé y Abie? - volví a mirar el paquete. - Vale, tú coge el carrito y yo voy a por el paquete.
- ¿Qué tiene de malo éste? - Harry pasó a mi lado y me lo quitó.
- ¡Abie ya no es un bebé! - dijo mientras se alejaba de nosotros.

Mientras yo arrastraba el carrito con Abie y sus cosas dentro, Harry iba cogiendo lo que creía que era necesario para una niña de tres años.

- ¿Desde cuándo se te da tan bien esto? - Harry se giró y me sonrió.
- Ya sabes. Mi padre no estaba nunca en casa, mi madre trabajaba y yo tenía que ayudar yendo a hacer la compra – se acercó a mí y me besó. - Pero habría que preguntarle a tu hermana qué comía Max cuando tenía tres años.

Cogí mi móvil y llamé a Vicky.

- ¿Qué has roto esta vez, enano? - ese era el saludo típico de mi hermana.
- Hola Vicky, yo estoy bien, gracias – me tuve que apartar el móvil de la oreja cuando ella comenzó a reírse. - Necesito preguntarte algo.
- Ya lo sabía yo... Por cierto, yo también estoy bien hermanito.
- Calla y escucha – sin poder creerlo, me hizo caso. - ¿Qué le dabas de comer a Max cuando tenía tres años?
- Vale, Dan. Esa es la pregunta más rara que me has hecho nunca. ¿Qué has hecho? ¿Harry está bien? ¿Le han secuestrado y ésta es una pregunta clave para que sepa que estás en peligro?
- Por dios, Vicky. Calla y escucha. Hoy ha pasado algo de lo que mamá no puede enterarse o le dará un ataque. Ha venido un tío muy raro y me ha dado a una niña.
- ¿Perdón? ¿Qué has dicho?
- Dice que esa niña puede ser mía. ¿Te acuerdas de Annie?
- Sí, claro. Estabas loquito por ella, hasta que apareció Harry.
- Vale, pues hace dos días tuvo un accidente y murió y...
- ¿Qué? Joder, vaya. Lo siento mucho Danny.
- Gracias, Vicky. Pero la cosa no se queda ahí. Ann tiene una hija de tres años y creen que es mía.
- Joder Danny. Si es que esto solo te puede pasar a ti. ¿Te has hecho las pruebas?
- No, todavía no.
- ¿Y qué haces con ella?
- No tiene más familia y el orfanato solo la acogerá el jueves.
- Dan, eres un irresponsable. ¿Para qué sirven los condones? ¡Joder!
- Bastante acojonado estoy ya, Vicky. Así que ahórrate el discursito. ¿Me puedes ayudar o no?
- Sí, joder. Dime qué necesitas.
- Saber qué comida le puedo dar a la niña.
- A la niña... Qué bruto eres. ¿Cómo se llama?
- Abie.
- Bien. ¿Qué te parece si voy y os ayudo?
- Sería estupendo. Gracias, Vicky.
- Salgo ya de casa.
- Aquí te esperamos.

Colgué y miré a Harry que no paraba de reírse.

- Tienes una hermana que no te la mereces.

Me dio un beso fugaz y siguió buscando cosas por todo el supermercado hasta que, unos minutos después, apareció Vicky.

- Pensé que era una broma, pero ya veo que no – se acercó a la niña y la observó. - Sin duda es tuya.
- ¿Qué?
- Esos ojos tan redondos y esa mirada de bicho los tenían tú a su misma edad – Abie saludó a mi hermana y no tardaron ni cinco minutos en hacerse amiguísimas.

Vicky nos mostró todo lo que teníamos que comprar y nos explicó varias cosas sobre cómo cuidar a una niña.

- Va a ser duro, hermanito, pero no tienes otra opción – dijo Vicky al despedirse. - Si pasa algo, llámame.
- Gracias – nos abrazamos y luego se despidió de Abie y de Harry.

Cuando llegamos a casa ya se había hecho de noche. ¿De verdad habíamos tardado tanto? Harry soltó las bolsas y se fue al baño.

- ¿Me vas a dejar solo con ella?
- No, idiota. Voy a preparar el baño para Abie. Tu hermana ha dicho que antes de cenar la bañáramos – y dicho eso, se encerró en el baño. Genial.
- Bueno...

Miré a Abie esperando a que hiciese algo y, gracias a dios, no tuve que esperar demasiado. Con una sonrisa traviesa corrió hacia el salón y en menos de un segundo se puso a tocar mi guitarra.

- Al final me la romperá.

Fui tras ella y me senté en el otro lado del sofá, observando lo cuidadosa que era al tocar una cuerda para segundos después reírse como una loca y dar palmas. La niña estaba disfrutando. Tocaba una cuerda y se le iluminaban los ojos. ¿Sería ésta otra prueba, como decía Vicky, de que era mi hija? No tenía sentido. A casi todos los niños les gustaba la música, ¿verdad?

Unos minutos después, Harry salió del baño y me hizo un gesto que yo no entendí.

- Trae a Abie – repitió pero esta vez con palabras.
- ¿Yo? - él asintió. - Pero si la aparto de la guitarra volverá a llorar.
- ¿Te da miedo una niña de tres años? - Harry se rió y Abie, al escucharle, dejó la guitarra para mirarle. - Abie, tu papá es muy tonto.
- ¡Tonto, tonto, tonto, tonto! - empezó a canturrear la niña.
- No soy su padre – dije molesto.
- Vale, lo que tú digas – rió Harry. - Pero tráela antes de que el agua se enfríe.
- Pareces mi madre – mi repentino malhumor se esfumó e hice caso al moreno. - Abie, vamos al baño.
- Puedes cogerla, no te va a morder – dijo el bromista de mi novio.
- No que se me caerá – le aparté la guitarra y le tendí mi mano. Ella me la agarró gustosa y siguió mis pasos hasta Harry.
- ¿Ves? No ha sido para tanto, ¿no? - me dio un cachete en el culo cuando pasé por su lado y después entró con nosotros.
- ¿Y Molly? - preguntó la niña mientras yo le quitaba la ropa.
- ¿Quién es Molly? - Harry y yo nos miramos.
- Es mi dinosaurio – dijo Abie con cara de preocupación. - ¿Dónde está?
- Ve y mira en su mochila – me apremió Harry. Unos minutos después volví a entrar en el baño pero con las manos vacías.
- Ahí no hay nada – la niña me miró y se puso a gimotear. - L-lo siento...
- ¡Molly! - gritó Abie mientras varios lagrimones le caían por su regordeta cara.
- ¿Qué hacemos? - pregunté angustiado.
- Ve al cuarto y trae a Rex.
- ¿Estás seguro?
- ¿Prefieres que siga llorando? - Harry había acabado de quitarle la ropa e intentaba meterla en la bañera con mucho cuidado.
- Voy, voy.

Entré en nuestra habitación y rebusqué por todas partes hasta que di con el juguete. Salí corriendo y cuando entré en el baño vi cómo la expresión de Abie cambiaba rápidamente.

- ¡Molly!
- No es Molly – dijo Harry mientras cogía el dinosaurio y se lo acercaba a la niña. - Te presento a Rex, mi mejor amigo.
- Hola Rex – dijo Abie.
- ¿Prometes cuidarle y quererle mucho hasta que encontremos a Molly? - ella asintió enérgicamente. - Toma.

El resto del baño transcurrió sin ningún problema. Harry y yo acabamos mojadísimos, pero por lo menos Abie no había vuelto a llorar. Cuando terminamos, Harry la sacó y la secó con mucho mimo. ¿Por qué él parecía todo un experto y yo un payaso que se reía con la palabra tetina? No era justo verle tan suelto y relajado con la niña. ¿Qué me estaba pasando? ¿Tenía celos de cómo cuidaba mi novio a una niña que en una semana desaparecería de nuestras vidas o era algo más?

Después de darle la cena vino lo más difícil: buscarle un sitio para dormir. Me di cuenta de que mi propuesta de que durmiera en el sofá no gustó cuando Harry me miró con cara de ¿estás loco? Y como no teníamos más habitaciones, tuvimos que meterla en nuestra cama. No me gustaba nada la idea, ¿y si la aplastaba en mitad de la noche? O peor, ¿y si la tiraba de la cama?

- Hazz, no es una buena idea – insistí por quinta vez.
- Si lo prefieres, duerme tú en el sofá y yo duermo con ella en la cama – miré hacia el viejo y roído sofá y enseguida descarté la idea. - Entonces dormiremos los tres juntos.

Cogí un pantalón y me metí en el baño. Necesitaba un par de minutos para pensar en todo lo que estaba pasando. Empecé a recordar a Ann y los dos meses que estuve con ella. ¿Alguna vez lo hicimos sin condón? No, siempre tuvimos cuidado. Pudo haberse roto. Es algo que pudo haber pasado, ¿no? Pero no tenía sentido. ¿Por qué Ann no me dijo nada? Ella era mucho más que un simple polvo. Y sé que yo para ella también. ¿Por qué no confió en mí?

¿Y si el hombre trajeado me ha engañado y me ha vendido que ella es mi hija sin serlo? Eso tenía más sentido. No encontraron al verdadero padre y se lo encasquetaron al primer pringado, o sea, yo. Esa niña no era mi hija por mucho que Harry y Vicky dijeran lo contrario. Así que lo único que tenía que hacer hasta que todo se solucionase era no encariñarme de la niña. ¿Sería capaz de hacerlo?

Me cambié de ropa y me metí otra vez en nuestro cuarto. Harry ya estaba tumbado y la niña no aparecía por ningún lado.

- ¿Al final te ha parecido buena mi idea del sofá? - le sonreí socarronamente y fui hasta donde estaba él.
- No idiota. Está aquí – me paré en seco cuando vi a la niña tumbada en nuestra cama, muy pegada al cuerpo de Harry. - Has tardado tanto que se ha quedado dormida.
- Genial...

Harry me indicó que me tumbara en el otro lado para hacer barrera y que así no se cayera. No me pareció buena idea, pero tampoco tenía ganas de discutir, así que le obedecí. Una vez tumbado, me di cuenta de que el que acabaría cayéndose era yo. Estaba tan apartado de Harry y la niña que cuando él se dio cuenta, me puso su mirada de “acércate, no me seas idiota” y tuve que hacerle caso. Harry pasó un brazo, sin despertar a la niña, y me acarició.

- Estás muy tenso, Dan. Tienes que relajarte y disfrutar de la pequeña – dijo en un susurro.
- No, Hazz, te equivocas. Esta niña no es mía, así que no pienso hacer nada.
- ¿Tanto te cuesta? ¿Qué problema hay? - lo pensé durante unos segundos y, al final, le dije lo que no me había atrevido a decir durante todo el día.
- No puedo quererla, Hazz. Si la quiero y luego me la quitan...
- Eso no lo sabes. Puede ser tuya perfectamente.
- Me da igual. No voy a encariñarme de la niña
- Entonces, ¿qué harás si es tuya? ¿Rechazarla y dársela al orfanato?
- Yo... - odiaba a Harry cuando me hacía sentir culpable. Le odiaba mucho.
- Eres un cobarde.
- No quiero sufrir, Hazz.
- ¿Y Abie? ¿Y yo? ¿Puedes dejar de pensar en ti por un momento y pensar en los demás?
- ¿Y qué cojones quieres que haga?
- Querer a esta niña, aunque no sea tu hija. Quisiste a su madre. La amaste, joder. Aunque no sea tuya, creo que se lo debes a Ann. ¿De verdad prefieres que esté en un orfanato o con una familia que no conocía a Annie? ¿Te has parado a pensar que eres la única persona que conocía perfectamente a su madre? Dan, en tus manos está que crezca recordando a su madre o que la olvide.
- ¿Sabes que te odio mucho cuando te pones así? - Hazz sonrió y se movió sutilmente para poder besarme.

- Pero tengo razón – volvió a besarme y después apagó la luz. - Buenas noches, pecoso.

viernes, 4 de octubre de 2013

Canadá

¡Hola! ¿Hay alguien ahí? Sé que ha pasado mucho tiempo... Pero entre las clases y que mi ordenador murió no he podido escribir... Os lo cuelgo aquí porque en el metroblog sale raro... 

Os traigo un nuevo OS. Espero que os guste y todas esas cosas. ¡Comentadme porfis, que sino pensaré que ya nadie me lee!

¡Un beso y sed felices!


- ¿Quién soy? - unas manos me taparon los ojos. Al principio me asusté pero no tardé demasiado en reconocerlas, así que no pude hacer otra cosa que sonreír.
- Un enano asqueroso al que le apesta el aliento - un segundo después una risa estridente me dejaba sorda.
- Vaya con la niña... - me dio la vuelta y me estrujó entre sus largiruchos brazos. - ¿No te alegras de verme?
- Un poquitín - Danny puso su cara lastimera e hizo amago de soltarme, pero yo se lo impedí, apoyando mi cara en su pecho. - Esta vez te has pasado.
- ¿Qué he hecho ahora? - rió con ganas pero sin dejar de abrazarme.
- Dos meses sin venir a verme. ¿Te parece normal?

Danny sonrió y su sonrisa me decía que él también me había echado de menos. Después de varios achuchones más y de ponernos al día, Danny me dijo que Harry y Eric nos habían invitado a cenar. Me emocioné tanto al escuchar la noticia que casi dejo sordo a Danny. También hacía dos meses que no veía al segundo hombre más gay del universo. El primero era Eric, pero a ese lo tenía ya muy visto.

Antes de ir al restaurante más mugriento y apartado de la ciudad, Danny y yo nos pusimos al día pero en otro sentido. Mi casa daba pena, estaba terriblemente desordenada pero, gracias al cielo, el pecoso ya estaba acostumbrado a ver cosas donde no deberían estar, como un tanga encima de la tele. ¿Que por qué estaba ahí? Oh, dulces misterios de la vida.

- Ya veo cuánto me has echado de menos - cogió el tanga con dos dedos, como si le diera asco y luego me lo tiró a la cara.
- Tanto como tú a mí - me miró divertido y poco a poco se fue acercando a mí. - Con G bien, ¿no?
- Bah, contigo me lo paso mejor - me rodeó con los brazos y comenzó a darme pequeños besos en el cuello. - Hueles bien.
- Gr-graaaaaaacias - su entrepierna rozaba la mía, impidiéndome hablar como las personas normales. Cerré los ojos y dejé que Danny metiera sus manos por debajo del vestido. - Dios Dan...
- He aprendido un par de truquitos. ¿Vamos a tu cuarto o...? - metió una mano dentro de mis bragas y todo mi cuerpo se volvió gelatina. - ¿Eh?
- Cuarto, cuarto - dije jadeando.

Danny me aupó y yo rodeé su cintura con mis piernas. No hizo falta decirle dónde estaba mi cuarto, conocía demasiado bien el camino. Una vez dentro, cerró la puerta con el pie (como si alguien nos fuera a interrumpir) y no dejó de besarme hasta que se topó con la cama y me tumbó sin ninguna delicadeza.

- ¿Tienes...? - dejó de besarme por un momento y me miró fijamente a los ojos.
- ¿... el cigarrito de después? - él sonrió de oreja a oreja y asintió. - Después de dos años y todavía me lo preguntas...

Danny se echó a reír y volvió a atacar literalmente mi cuello.




Dos o tres horas después Danny salía de la ducha y se secaba el cuerpo con mi toalla mientras yo me secaba el pelo. De vez en cuando nos mirábamos a través del espejo. Él ponía caras raras y divertidas y a mí me entraba la risa tonta.

- Vamos a llegar tarde - dije tras guardar el secador. Cogí el móvil y miré la hora. - Mentira. Ya llegamos tarde. Date prisa, tardón.
- Si me hubieras dejado ducharme solo ya estaríamos allí - se desenroscó la toalla y me dio con ella en el culo. Salí corriendo del baño y Danny comenzó a perseguirme.
- ¡Qué gay eres! - otra vez me azotó en el culo y yo, inteligente como nadie, me escondí en el cuarto de la colada. - Mierda.
- Creo que ahora llegaremos tarde por tu culpa - no hacía falta verle, sabía perfectamente que se estaba tapando la boca para que no le escuchara reírse. - Voy a vestirme. Y tú no me seas cerda y cojas ropa sucia. ¡Que hay que ser limpitos!

Danny se fue y me dejó allí, arrinconada y sin saber qué hacer. Podía salir e ir a mi cuarto, donde Danny me estaría esperando con alguna de las suyas o... ¿Se notaría demasiado si me ponía esos pantalones con una mancha de salsa barbacoa?

Maldito Daniel.

Después de siete silenciosos minutos, decidí salir. En otra ocasión no me habría importado ponerme el pantalón sucio, pero esta cena requería ir sin manchas. Así que me armé de valor y abrí la puerta. Miré por todas partes y al no ver al pecoso salí corriendo a mi cuarto por si se había escondido y le daba por asustarme. Entré en mi cuarto y ¿sabéis qué es lo que vi? A Danny desnudo en mi cama con mi cámara en las manos.

- ¿Se puede saber qué haces? - él dejó la pantalla para mirarme a mí. - ¿Y por qué diablos sigues desnudo?
- Me estaba haciendo fotos para que cuando volviera a irme tuvieras un bonito recuerdo - sonrió como si de verdad fuera bonito lo que estuviera haciendo. - ¿Quieres verlas?
- ¿Fotos de tu pene? - él asintió y yo negué. - No gracias, lo tengo muy visto.
- Serás cabrona - cogió la almohada y me la tiró. Yo comencé a reírme por lo infantil que era mi amigo y decidí ignorarle o acabaríamos llegando dos horas tarde.
- Vístete, anda - sin poder creerlo, me hizo caso a la primera. Se levantó de la cama, pero en vez de ir en dirección a su ropa, se acercó a mí. - ¿Qué haces? ¡Danny, joder, que llegamos tarde!
- Yo también quiero tener un recuerdo tuyo cuando me vaya - me agarró de la cintura y me atrajo hacia él. Danny completamente desnudo y yo en ropa interior. Todo muy apropiado. Me dio un beso muy dulce en lo labios e hizo una foto. Hasta ese momento, la actitud de Danny me pareció hasta tierna. Él echándome de menos a mí. Pero Danny es Danny. Romper la magia era uno de sus encantos. Subió una mano, acariciándome la cintura y la tripa hasta que llegó a mis pechos. Metió una mano en el sujetador, me sacó una teta y le hizo una foto.
- ¡Danny! - le empujé y me recoloqué el sujetador antes de que me sacara otra foto. - Eres un cerdo.
- ¿Tú tienes fotos de mi pene y yo no puedo tenerlas de tus tetas? - se alejó un poco por su propia seguridad pero siguió haciéndome fotos.
- ¡Yo no quiero fotos de tu pene! - en ese momento y sin saber muy bien porqué, los dos comenzamos a reírnos.

Conseguí que Danny dejara la cámara y se vistiera. Yo hice lo mismo y veinte minutos después salíamos de mi casa para correr hasta el restaurante. No estaba muy lejos, pero correr con tacones no era lo más apropiado, así que al final Danny tuvo que agarrarme de la cintura para no comerme la acera. Poco después llegamos al restaurante, yo jadeando y cabreada con el mundo y Danny muerto de la risa porque el vestido que me había puesto, perfectamente planchado horas antes, estaba arrugado y sucio porque un coche había pasado a toda velocidad y me había manchado.

- Te dije que llegarían tarde - un sonriente Eric le daba con el codo a un inquieto Harry que no dejaba de mirar el móvil. - Ahí están.
- Perdón - dije mirando a ambos.
- No te preocupes preciosa, le dije a Harry que reservara una hora después de la que os dije - Danny y yo nos miramos boquiabiertos y luego miramos a Harry.
- Os conozco demasiado bien - nos guiñó un ojo y después agarró la mano de su pareja. - ¿Entramos?

Los tres asentimos y uno detrás de otro entramos en el restaurante. La mesa era la misma de siempre, la más alejada e íntima del local. Así nadie podría reconocernos. Una vez sentados, pedimos las primeras cervezas de la noche.

- ¿Qué tal el encuentro, parejita? - nos preguntó Eric. Luego miró a Danny. - ¿Le ha gustado?
- ¿El qué? - miré a Eric y luego a Danny sin entender nada. ¿De verdad me estaba preguntando si me había gustado el sexo? En ese momento Danny carraspeó y a Eric le cambió el gesto.
- Ups. Mejor cambiemos de tema - miró a Danny como si quisiera disculparse y se quedó pensativo. Cuando se le ocurrió un nuevo tema, habló. - Harry me ha dicho que esta vez os quedáis más tiempo. ¡Qué bien, no!
- A ver, no me cambies de tema. ¿Qué me tiene gustar? ¿El sexo? ¿Quieres saber si me han gustado los nuevos truquitos que ha aprendido? - Eric y Danny se miraron ante mis preguntas y se echaron a reír. - ¿Alguien me quiere decir qué diablos está pasando y por qué os estáis riendo de mí?
- Chiquilla, relájate un poco - dijo Eric sin poder parar de reírse. - ¿Vas a poder aguantar hasta después de la cena o prefieres que el pecoso haga el ridículo delante de todos?
- Joder, Eric - miré a Danny y vi que estaba nervioso. - A ver, Sam... Esto...
- ¡Dáselo ya, hombre! - gritó de repente Harry.
- ¿Darme el qué?

Danny resopló y agarró mi mano para después tirar de mí y salir del restaurante. Cogidos de la mano comenzamos a andar.

- ¿Vamos a algún sitio? - Danny se dio cuenta y paró. - ¿Estás bien?
- Eh... Sí, sí - se pasó la mano por el pelo y después la metió en el bolsillo. - Sam... Yo...
- ¿Me vas a pedir matrimonio? - de repente Danny se puso tan pálido que pensé que le iba a dar un infarto. - Joder, Danny, me estás asustando. ¿Qué ocurre?
- Esto... Yo... - miraba todo el rato a sus pies y no conseguía decir dos palabras seguidas sin tartamudear.
- ¿Tú...? - me acerqué a él y le alcé levemente la cara.
- Yo... Quería darte una cosa - sacó la mano del bolsillo y me mostró una cajita negra alargada. - Si no te gusta lo puedo devolver. Es una tontería pero la vi y me acordé de ti y pues quiero que la tengas, pero si de verdad no te gusta, pues voy a la tienda y que me devuelvan el dinero y si prefieres eso pues te doy el dinero para que te compres algo más bonito...
- Dan... - paré su verborrea y le sonreí. - Si no me lo das no podré saber si me gusta o no.
- Ah, sí. Toma - me lo dio con una mano temblorosa y casi podía asegurar que estaba aguantando la respiración.

Abrí la caja y nada más ver lo que había dentro pegué un pequeño grito de sorpresa. Había un colgante parecido al de Carrie Bradshow en Sexo en Nueva York, pero con la palabra «Canada». Lo acaricié con los dedos como si fuese la cosa más delicada del mundo. Después de observarlo durante varios segundos, volví a mirar a Danny.

- Antes de que digas nada, me gustaría decirte algo - comenzó Danny todavía nervioso.
- Adelante - le sonreí y eso pareció darle fuerzas para continuar.
- Supongo que sabrás el porqué de Canadá - yo asentí. - Pues bien. Quiero que tengas este colgante para que me tengas siempre presente, para que me esperes. Sé que estos dos años no han sido lo que se dice fáciles y sé que es mi culpa, por tener un grupo y la fama y todo eso. Sé que la diferencia de edad es enorme, yo tengo 27 y tú tan solo 21, y que debería dejarte ir para que seas feliz...
- Pero yo...
- No, déjame acabar y luego hablas - volví a asentir. - Te quiero Sam. Desde el momento en que me tiraste la comida en aquel restaurante supe que pasaría el resto de mi vida contigo.
- Mentiroso... - los dos sonreímos y Danny pareció relajarse.
- Bueno, vale. Pero si eso no hubiera pasado, no habría podido dejar que me compensaras con un helado y no te habría conocido. Quiero estar contigo, darte la mano por la calle sin temer a los fotógrafos y a la prensa. Quiero poder besarte delante de todo el mundo y gritar a los cuatro vientos que te amo. Quiero que seas tú la que me acompañe en las giras y no Georgia. Quiero presentarte a mi familia y quiero disfrutar de ti las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. No quiero esconderte, Sam. Por eso quiero que me esperes, que no me olvides y decidas irte con otro. Sé que es egoísta, pero solo pido dos, como mucho tres años más. ¿Qué me dices?
- Dan... Yo...
- Lo sé, no debería haberte dicho nada de esto. Lo siento - se dio la vuelta y pude ver cómo se quitaba rápidamente una lágrima. Antes de que diera un paso más, le agarré del brazo y le di la vuelta.
- Como si son cinco años, pecoso. Me gusta que estés en mi vida y por nada del mundo te dejaría marchar - Danny sonrió levemente y yo, sin pensármelo, me tiré a sus brazos y le besé. Unos minutos después, conseguí separarme y le miré a los ojos para decirle - Te quiero.

Como tardábamos tanto, Eric y Harry salieron, pero al vernos tan juntitos decidieron volver a entrar. Danny y yo entramos unos minutos después y, cuando nos sentamos, le enseñé el colgante a la parejita.

- Es precioso - dijo un emocionado Eric. - Ya podías regalarme algo así de bonito.
- ¿No te basta con mi presencia? - Harry le guiñó un ojo y después le acercó a él para besarle.
- ¿Me lo pones, Dan? - él asintió y me retiró el pelo. Yo se lo pasé y sentí un escalofrío cuando rozó mi cuello con sus dedos. Una vez lo puso, besó mi hombro y yo me giré para besarle a él. - Gracias, Danny. Es precioso.

Y así, entre cervezas y buenos amigos, acabamos la velada en aquel apartado y mugriento restaurante, donde nadie nos conocía y podíamos ser nosotros mismos, sin fachadas ni caretas.