sábado, 26 de febrero de 2011

¿Y quién eres tú para decirme qué debo o no debo hacer?


Son las nueve de la mañana. Tengo los ojos como platos y lo único que hago es pensar en ti, en tu forma de tratarme, en cómo me hablas, en tu voz cuando me dices que me calle, en que no eres tú el que mete la pata, sino yo.

Me levanto. No, me vuelvo a tumbar. Se está mejor en la cama. Miro el móvil. Solo han pasado cinco minutos. Me tapo con la manta hasta la nariz. Me destapo. Me giro a un lado y luego al otro. Me vuelvo a tapar.

Tu cara vuelve a aparecer en mi cabeza. No quiero. Vete. Solo quiero dormir. No quiero escuchar más tu persuasiva voz. Es la última vez. Lo prometo. Lo juro.

No puede ser. Otra vez te oigo decir que me quieres, que me amas, que no puedes vivir sin mí. Me cubro toda la cabeza con la manta, pero no funciona. Sigo oyendo tu voz. Tu dulce y tranquila voz.

Es la última vez. No voy a volver a llamarte. Me estiro todo lo que puedo. Tiro la manta hasta que se queda abajo del todo. Me siento en la cama y me pongo la bata.

Hoy es un buen día, no me lo vas a estropear, tú no. Cojo el móvil y empiezo a borrar todos tus penosos mensajes. No me lo volverás a hacer. No me verás derramar una sola lágrima por ti. Eres despreciable, un monstruo.

Me cambio. Elijo un vestido alegre, lleno de colores y me pongo las zapatillas. Cojo la cámara y me la cuelgo del hombro. Será mejor que coja muchas pilas. Me pongo las gafas de sol y cierro la puerta tras de mí.

Por fin en la calle, donde tú no estás. Es la última vez que me tratas así.

Quiero vivir, ser feliz. Y por fin lo soy.